Ya estuvo bueno de todo aquello que pretende cambiarme. Me cansé de los reclamos a destiempo y los reproches a contraluz.
Ya estuvo bueno de todo aquello que pretende cambiarme. Me cansé de los reclamos a destiempo y los reproches a contraluz. Me cansé de las miradas que me obligan a estrellarme contra el banquillo de los acusados. Me cansé de deshojar madrugadas tratando de justificar mi respiración. Me cansé del olvido, arquitecto de eternos silencios. De la música resucitadora de heridas. Me cansé de las cicatrices que se burlan en mi cara, que me manchan el presente y me anulan la posibilidad de un futuro. Me cansé de los celos del sol y de la lluvia que no escucha. De las palabras sordas que salen a recorrer el mundo a mano armada, de esa relación incestuosa entre el alcohol y la noche; de las estrellas que sonríen cuando el maldito mundo te arroja al océano y aplaude mientras mueres. Me cansé de los cuerpos sin olores, sin sabores, sin temperaturas; de los ojos que son como muros que dividen los mundos. De la comida sin sal, de la comida con demasiada sal, de la comida con sal; del mundo endulzado con sabores artificiales, de ese ridículo colorante con el que han tinturado al amor como última medida para evitar que los corazones dejen la sangre a su suerte, y las venas decidan que no son ríos, que no son corriente, que prefieren ser canción.
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